domingo, 1 de abril de 2018

Aunque a menudo nos quieren hacer pensar lo contrario, la tecnología y la ciencia no van por los mismos senderos. Ni, sobre todo, caminan al mismo ritmo. La tecnología (un nuevo robot, un nuevo celular, un coche sin conductor) es rápida y cambiante, un éxito seguro en audiencias ávidas de avances epatantes. Por el contrario, la ciencia camina despacio: necesita proponer nuevas hipótesis, descartar otras, completar lagunas, reunir evidencias... Interesa menos algo tan desesperadamente lento que produce abundantes notas de prensa... ¡de hallazgos pendientes de confirmar!

NADA ES LO QUE PARECE

Pero, es cierto, la ciencia se aprovecha de muchas innovaciones, con frecuencia de una manera que ni siquiera habían previsto los aplicados tecnólogos. Un ejemplo de ello: la tecnología LiDAR (acrónimo de Light Detection and Ranging) se creó a principios de la década de 1960, poco después de la invención del láser. Se basa en el tiempo que tarda este tipo de luz en llegar a un objeto y en volver su reflejo a un sensor, lo que permite con millones de medidas crear modelos tridimensionales de gran precisión. Primero se utilizó en meteorología para medir nubes, y más tarde, en 1971, la misión Apolo 15 la utilizó para cartografiar la superficie de la Luna. Su aplicación en las Ciencias de la Tierra aún tardó en llegar, pero su utilidad la ha convertido en una potentísima herramienta de investigación. 
     Imagen tridimensional, obtenida mediante tecnología LiDAR, que permite visualizar y estudiar las distintas capas de lava de unas antiguas coladas volcánicas. Una vista aérea convencional no permite apreciar sus características volumétricas, ni siquiera diferenciarlas en su totalidad debido a la cubierta arbórea, tal como se puede comprobar en esta imagen de Google Earth haciendo clic aquí. El lugar es el campo volcánico de West Crater, en el  estado de Washington (EE. UU.). Fuente: Servicio Geológico de Washington 

El arte contemporáneo, atento también al universo (y a nuestros universos), no es ajeno a los avances de la tecnología y de la ciencia. Bárbara Fluxá (Madrid, 1974) es una artista que se vale de muy variadas técnicas y disciplinas en su trabajo, con el que pretende "despertar inquietud y generar debate en los temas que trato, y presentar otra mirada hacia el mundo que nos rodea". Especialmente interesada por la cartografía digital en la práctica artística, en su proyecto Nada es lo que parece (Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria, 2011) utilizó la batimetría (técnica para el estudio del relieve por debajo de un cuerpo de agua) mediante señales de ultrasonido para obtener modelos tridimensionales de un espacio sumergido: el pueblo de Argusino (Zamora, España), inundado hace cerca de 50 años por uno de los embalses más grandes de este país, el de Almendra. 
       Paisaje cultural sumergido I, de Bárbara Fluxá. Videoinstalación en díptico sobre muro (5 min). A la izquierda, el agua del embalse azotada por el viento. A la derecha, modelo 3D del pueblo de Argusino bajo el agua 

Y estas imágenes también las acompaña con las fotografías aéreas del vuelo americano de 1956-1957, cuando ese territorio aún no estaba inundado. Recuperar lo invisible, hacer presente el pasado y pensar en la capacidad de transformación del ser humano.

    Mapa de un lugar desaparecido (vista general), de Bárbara Fluxá. Políptico en impresión digital sobre Hänhemule, 4 x 3 m aproximadamente

¿CAÍDOS DEL CIELO?

Los modelos tridimensionales del terreno pueden elaborarse de diferentes formas y con distintos objetivos. Hay veces que, como en el caso anterior del campo de lava, recogen las elevaciones del terreno desnudo, como si no hubiera árboles ni edificaciones: se llaman entonces Modelos Digitales del Terreno, MDT, o por su acrónimo en inglés, DTM. Cuando incluyen también, además del propio suelo desnudo, las elevaciones que proporcionan la vegetación y las edificaciones, se conocen como Modelos Digitales de Superficie (DSM).Y un Modelo Digital de Elevaciones (MDE, o DEM) es el término genérico para referirse a los anteriores. Aunque, a veces, estos términos se utilizan de forma indistinta, generando más de una confusión. En cualquier caso, las aplicaciones de los Modelos Digitales de Elevaciones en investigación son enormemente variadas. A menudo asombrosas. 

Las llamadas Carolina Bays son unos humedales formados por depresiones poco profundas en el terreno, que aparecen en la llanura costera atlántica de EE. UU., desde el norte de Florida hasta Maryland a lo largo de más de 1.200 km, con una densidad especialmente alta en los estados de Carolina del Norte y Carolina del Sur. Son decenas de miles de depresiones, posiblemente más de medio millón, de forma elíptica y una longitud en su eje mayor que varía entre 80 m hasta más de 10 km. Su origen sigue siendo desconocido.   

         Carolina Bays en el sur de Carolina del Norte, vistas en un Modelo Digital de Elevaciones de alta resolución elaborado a partir de los datos altimétricos obtenidos mediante sensores aerotransportados LiDAR. La imagen cubre un área de unos 220 kilómetros cuadrados. Con otro tipo de técnicas y menor resolución hubiera sido imposible visualizar con tal claridad estas depresiones y sus bordes, cuya orientación se mantiene constante por sectores de cientos de kilómetros. Crédito: Michael Davias

Sin embargo, se barajan dos grupos principales de hipótesis para explicar las Carolina Bays. Una de tipo gradualista, según la cual se habrían formado por disolución y hundimiento del material bajo la superficie, con una modificación posterior debida a procesos lacustres y eólicos durante el Pleistoceno superior (entre hace 12.000 y 120.000 años), por lo que su orientación coincidiría con la de los vientos dominantes en esa época. El segundo grupo de hipótesis propone el impacto de un asteroide o de un cometa hace 800.000 años en la zona de los Grandes Lagos, situada entre 1.000 y 1.500 kilómetros al noroeste de la banda arqueada donde se localizan las depresiones. Tal impacto habría sido de bajo ángulo contra una espesa capa de hielo glacial, lo que produjo una expulsión de fragmentos de hielo con sedimentos que habrían modelado en su caída estas depresiones, lo que justificaría su distribución, forma oval y escasa profundidad, talladas solo en los materiales más blandos. 

Uno de los investigadores que apoyan esta hipótesis de origen extraterrestre, Michael Davias, se basa precisamente en el análisis de los ejes de estas elipses y la congruencia de su orientación con la supuesta trayectoria de los fragmentos despedidos tras la colisión. Y para ello ha analizado la forma de miles de depresiones, utilizando un Modelo Digital de Elevaciones elaborado a partir de datos altimétricos LiDAR. El tratamiento y estudio de las imágenes las lleva a cabo mediante el programa Global Mapper (una aplicación SIG que, por cierto, estoy utilizando últimamente con mucha frecuencia). 

Los propios meteoritos, no sus huellas, pueden mostrar aspectos sorprendentes si se examinan con un microscopio petrográfico o de luz polarizada, como los que habitualmente se utilizan para el estudio de rocas y minerales terrestres. En realidad, sus deslumbrantes colores ofrecen un aspecto similar al de muchos de nuestros pedruscos terrícolas

                 No es la vidriera de una iglesia: es un meteorito de hace unos 4.500 millones de años visto en un microscopio con luz polarizada. En concreto, se trata de una ureilita, que contiene olivino y piroxenos en una matriz de grafito-diamante (bandas de colores negros), sulfuros y hierro-níquel. Todos ellos son minerales que forman también parte de nuestro planeta. Imagen: Instituto Smithsonian    

 CAÍDOS DEL CIELO, PERO PERDIDOS EN LA TIERRA

 Esa prestigiosa institución de investigación, educativa y museística, el Instituto Smithsonian, tiene un papel (aunque secundario) en esta otra apasionante historia de meteoritos. El dúo de artistas argentinos formado por Guillermo Faivovich y Nicolás Goldberg (nacidos, respectivamente, en 1977 en Buenos Aires, y en 1978 en París) son los auténticos protagonistas. 

Se conocieron en 2005 y, al año siguiente, deciden viajar a la provincia del Chaco, en el norte de Argentina, donde ven juntos el llamado "Campo del Cielo", una zona de cerca de 55 kilómetros cuadrados en la que se contabilizan veintiséis cráteres de impactos, con numerosos y grandes meteoritos caídos allí hace unos 4.500 años. Un acontecimiento que pudo ser contemplado por la población indígena, los moqoit, y que está integrado en muchas de sus leyendas y tradiciones culturales. Con esa visita comienzan su proyecto artístico Una Guía a Campo del Cielo

En algún momento, nuestros protagonistas descubren también un gran meteorito cortado y expuesto al aire libre en el jardín de entrada al planetario de Buenos Aires. No existe documentación sobre él, pero se preguntan: ¿dónde estará la otra mitad? Viajan más veces al campo de meteoritos, ponen incluso el nombre a uno de ellos y van presentando su proyecto con cuentagotas: exposiciones de fotos y vídeos de los meteoritos, incluso de los que ya no están en el "Campo del Cielo", su sitio original. Se presentan a un concurso de estampillas (lo que llamamos sellos en España) convocado por el Correo Argentino y ganan con un diseño 3D de El Chaco, un meteorito de 37 toneladas, el segundo más grande del mundo. Investigan en instituciones argentinas y viajan a Reino Unido, Alemania, España (donde encuentran, en el Archivo General de Indias de Sevilla, documentos que muestran que, ya en el siglo XVI, los conquistadores españoles conocían la existencia de los meteoritos del Chaco, aunque no los identificaran, obviamente, como tales) y a EE. UU., donde conocen a William Cassidy, un geólogo planetario experto en "Campo del Cielo", quien les facilita el acceso a sus archivos. 

Meteorito El Chaco. Con un peso de 37 toneladas, se considera el segundo más grande de los descubiertos hasta la fecha en nuestro planeta, tras el meteorito Hoba, en Namibia, de 66 toneladas. Ambos son del tipo denominado sideritos, compuestos principalmente por hierro y, en mucha menor cantidad, por níquel. Los meteoritos de "Campo de Cielo" tienen, de promedio, un 92-93 % de hierro y un 6-7 % de níquel. Este fue el meteorito que eligieron Faivovich y Goldberg para representar en su estampilla. Foto: Alejandro López, vía Scientific American 

Por fin, Guillermo y Nicolás descubren qué pasó con la otra mitad de meteorito del planetario bonaerense, conocido como "El Taco", que pesaba entero casi dos toneladas: una expedición estadounidense a "Campo del Cielo", patrocinada por la NASA y en la que también participan científicos argentinos, lo encuentra tras su descubrimiento casual por un agricultor en 1962; un año después se envía al Observatorio Geológico de Lamont (Universidad de Columbia, EE. UU.), de donde es reenviado al Instituto Smithsonian para que se estudie allí, cortarlo en dos y devolver una mitad a Argentina. Pero con la tecnología que disponían no pudieron hacerlo. Lo mandan al Instituto Max Planck (Mainz, Alemania) donde sí lo consiguen y devuelven cada parte a los depositarios previstos. En el Instituto Smithsonian, aunque bien documentado, lo guardan acumulando polvo en sus sótanos; en Buenos Aires, a la intemperie, se convierte en un sin papeles.

Faivovich y Goldberg encuentran la oportunidad para dar a conocer su trabajo. Aprovechando que Argentina, en 2010, es el país invitado a la feria del libro de Frankfurt, convencen a las autoridades de su país para que, entre las actividades culturales enmarcadas por su participación en el evento, trasladen la mitad del meteorito a esa ciudad alemana y que el Instituto Smithsonian haga lo mismo con la otra mitad que custodia. ¡Lo lograron! Las dos partes del meteorito se reencuentran cuarenta y cinco años después

      Meteorito "El Taco", con sus dos partes casi juntas en la galería Portikus ( Frankfurt), en el año 2010, gracias al proyecto de Faivovich y Goldberg. Los organizadores de la exposición invitaban al público a que uniera con su cuerpo las dos piezas, que no podían estar a menos de 60 cm para que el suelo no se hundiera. Foto vía Clarín 

 Y no solo eso: la organización de Documenta, la mítica feria de arte que se celebra en Kassel (Alemania) cada cinco años, publicó el libro de estos dos artistas sobre los meteoritos del Chaco, en el que se recogen ensayos, fotos, escaneos de documentos técnicos, cartas, testimonios orales, antropología, historia política e institucional, legajos a punto de ser tirados a la basura por el Instituto Max Planck... El libro, The Campo del Cielo Meteorites, Vol. 1, El Taco, refleja un entusiasmo contagioso de sus autores y se inserta, como todo este trabajo del dúo argentino, en la reciente corriente europea de proyectos de investigación artística, algo que ya practicaron décadas atrás dos artistas estadounidenses pioneros del Land Art: Robert Smithson y Walter de María.

El interés que, a partir de entonces, despertó ese campo de meteoritos no provino de instituciones científicas, ni políticas o administrativas, sino que se derivó de este proyecto artístico. Documenta, además, seleccionó a Faivovich y Goldberg para su siguiente feria, la de 2012. Y ellos pensaron en llevar allí al mayor de los meteoritos de "Campo del Cielo", el que se conoce como El Chaco. El revuelo que se armó fue enorme: lluvia de cartas a la organización de la feria, protestas en las redes sociales, quejas en la prensa argentina,... ¿Motivos? "Lo que sale no vuelve", "se descontextualiza el meteorito", "el meteorito no es una mercancía", "es un hurto al patrimonio nacional y al pueblo moqoit" (su Consejo, sin embargo, no se posicionó hasta que se lo pidió el gobernador de la provincia y, aunque fueron contrarios al traslado, nunca antes habían celebrado ceremonias o actividades en torno a ese meteorito), etc. En fin, los artistas, a los que hasta se les llegó a acusar de ser unos ladrones encubiertos, retiraron su propuesta y la sustituyeron por un gran dado de hierro oxidado como trasunto del meteorito. Lo que iba a ser un ready-made cósmico acabó convertido en una obra de puro arte conceptual

Faivovich y Goldberg han seguido incorporando muchos otros aspectos de los meteoritos en su práctica artística:

      La Torre del Conocimiento, una exposición de Faivovich y Goldberg en la Galería Páramo (Guadalajara, México), año 2015. La exposición muestra una nueva faceta de su trabajo: fotografías de láminas delgadas de meteoritos vistas con microscopio petrográfico

Estas fotografías son fruto de su colaboración con la Universidad Estatal de Arizona (EE. UU.), una institución de referencia en ciencias planetarias, con la que examinaron meteoritos adquiridos a través de eBay


          Número 50, de Faivovich y Goldberg, año 2016. Impresión de tinta sobre papel de algodón (única impresión), 104 x 104 cm. Imagen: Galería Zmud, Buenos Aires. La fotografía circular del meteorito recoge lo mismo que vería un observador a través de un microscopio de luz polarizada

OTRAS MIRADAS 

A diferencia de la batimetría o del LiDAR, de los que solo se obtiene la altimetría del suelo (y, por tanto, la forma del relieve), otro conjunto de técnicas va más allá, principalmente las de tipo geofísico, con las que se puede disponer de datos y formas del subsuelo, esté o no cubierta su superficie por una capa de agua. Aunque la obtención y tratamiento de datos suele ser complejo (y más, todavía, su interpretación), hay resultados que admiten poco más que una discusión de sus matices:

    Capas y estructura geológica en el oeste del Golfo de México. Este perfil se localiza bajo el talud continental submarino en la zona conocida como Cinturón Plegado Perdido, un sistema de pliegues y fallas inversas sobre un paquete salino. El modelo está construido a partir de las velocidades de las ondas reflejadas desde el subsuelo marino, obtenidas por sísmica profunda de reflexión. Imagen vía CGG 
             
 Salgamos, de nuevo, a observar la superficie: el esqueleto y armazón del paisaje es el resultado de procesos geológicos, más o menos antiguos y superpuestos, que organizan, articulan y caracterizan el espacio. El resto del paisaje es piel, maquillaje y vestimenta. Así también parece entenderlo la peruana Ana Teresa Barboza (Lima, 1981), atenta observadora de la naturaleza y de los procesos que ocurren en ella, que utiliza a menudo el tejido y el bordado como medio de expresión. En su serie Leer el Paisaje nos propone, incluso, mirarlo de más cerca. Tal vez así podamos entender su esencia: 

     La experiencia de la proximidad, de Ana Teresa Barboza, obra de la serie "Leer el Paisaje". Tejido con hilos y cuerdas de algodón, tubo de metal, 280 x 160 cm. Año 2016. (Un auténtico perfil geológico, con un marcado plegamiento sinclinal-anticlinal en su zona central)

Llego al epílogo con Troika, un grupo de arte colaborativo formado por Eva Rucki (Alemania, 1976), Conny Freyer (Alemania, 1976) y Sebastien Noel (Francia, 1977), interesado en las diferentes lecturas objetiva y subjetiva de la realidad, y en las relaciones que establecemos con un mundo plagado de innovaciones y artefactos. Mi interpretación de esta obra suya: para avanzar, más importante aún que la utilísima tecnología (a menudo, sin embargo, esclavizante), es ser capaz de adoptar nuevos puntos de vista, ver los asuntos desde otras perspectivas diferentes a las habituales. En ciencia, en arte, en todo. 

      Dark Matter (Materia oscura), del grupo Troika. Madera, aluminio y fibras negras aplicadas directamente sobre la superficie, 238 x 238 x 238 cm. Feria Internacional Art Basel (Basilea, Suiza), año 2014 

              La misma obra, Dark Matter, vista desde otra posición


Próxima entrada: primera semana de junio de 2018. Mientras, sean felices (con moderación).  



       
               

Lo que los ojos (casi) nunca ven